Crónicas en Sueños

-I-

Esa mañana sucedieron las cosas más extrañas. Creo que todo comenzó la madrugada anterior, cuando desperté sobresaltada por un sonido que me hizo acordar a un helicóptero. Me pareció que venía del patio, pero no me animé a investigar. Pasó el día y casi pasó la noche.

Como decía, esa mañana pasaron cosas raras. Mis gatos miraban hacia la escalera con los ojos desorbitados. Todavía era de noche, afuera los perros aullaban. De repente, un zumbido rítmico y repetitivo hizo temblar los vidrios de mi cuarto durante varios minutos. Silencio. Nuevamente el zumbido con la misma exacta cadencia, pero esta vez era el motor de la heladera. Y después todo junto: el helicóptero en el patio, los perros, el zumbido, la heladera…

Fue sólo un momento, pero alcanzó para que no pudiera volver a dormir, así que comencé a escribir estas líneas. Después de un rato logré conciliar el sueño y me desperté en un escenario industrial, casi de post guerra. Entré en un dispensario derruido donde me atendió una enfermera. Me hablaba, pero únicamente pude distinguir la palabra “extraer”. De un momento a otro sacó una jeringa con una aguja de unos 15 centímetros. Yo estaba convencida de que sería para sacarme una muestra de sangre, pero en vez de apuntar al pliegue de mi codo comenzó a introducirla lentamente en la articulación de mi hombro.

Me acordé de una tapa de la Fierro, un dibujo de Chichoni. Y más tarde, cuando levanté las persianas, no había nada.


-II-

Estábamos en un barco, tambaleando, sorteando obstáculos: un desnivel acá, una inundación allá. Todo era inestable, subían y bajaban plataformas, redes, cajas y canoas. Como en un juego demoníaco donde el objetivo parecía ser mantenerse a bordo y con vida. Como en la pantalla de una computadora, y nosotros, muñequitos de colores… yendo y viniendo.

Quién sabe quién estará del otro lado jugando a través nuestro. Y quién sabe, también, cuantas vidas tendremos para este juego.

Estabas asustado, y yo te decía mi amor. Mi amor, estamos en un barco. Y pensaba que la tormenta era inminente, los movimientos, vertiginosos y el miedo, inevitable.

-III-

Suenan las campanas de la puerta, alguien entra al negocio.

Me despierto traspirada, trato de poner en orden mis ideas. Trix. Prix. Drix. Vix. [Sigo aturdida]. Mientras dibujo, trato de recomponer los retazos del sueño. No puedo evitarlo, sigo la espiral y rayo la almohada del hostal.

Yo era él. Era eso. No entendía por qué me llevaban hacia aquel lugar que parecía una pulpería de campo. Esperábamos algo, o a alguien. El joven que me custodiaba tenía la mente débil y por eso era tan fácil de manipular. Estaba muy inquieto y me vigilaba de reojo, como si supiera que no debía dejarse captar por mi mirada; hasta que no pudo más y me miró de frente.

En ese momento su espíritu fue mío, volví a sentirme el hombre más grande y también bestia. Un impulso animal, inconmensurable en mi instinto me embriagó y ya no pude reconocerme como ser humano.

¿Y qué significaban esas palabras? No sé de dónde salieron, no lo sé, ni siquiera pude reconocer el idioma. Comencé a hablarle y, por el tono de mi voz, pienso que estaba dándole una orden o alguna especie de comando.

Gkavob inferitu galov nefericire
Ne ischil dli elde nova
Nasim du slovka venje
Ixschilz vix tse ndelx
Slvaldj vej dnajdej.

A cada dictado, él repetía; y cada vez sus pupilas dilatadas mostraban terror y a la vez entrega. Como un juramento, siguió repitiendo frase por frase cada una de mis palabras. Y entonces, supe que estaba prometiéndome lealtad eterna.

Qué horrible acto. Qué aberración de la naturaleza sería mi ser en realidad. Al verlo y darme cuenta, salí corriendo del lugar y dejé a mi esclavo-zombie abandonado a su suerte. Una bestia en un cuerpo de hombre, corriendo apoyado en mis cuatro extremidades, como el ser inclasificable en el que me estaba convirtiendo. Pero mi apariencia no dejaba ver el monstruo que llevaba dentro. El cambio era tan interno, tan profundo. Desde el abismo de mi ser, dejé surgir el gruñido que no podía dominar y mi yo humano se horrorizó ante él.

El pueblo se reúne a mis espaldas. Suenan las campanas.

-IV-
(Arequipa)

Entro en la habitación y, con la luz todavía apagada, cierro la puerta. Pongo la traba. Siento un escalofrío que recorre mi espinazo y con el apuro del miedo prendo la luz. Al darme vuelta, la veo, allí en el espejo, mirándome a los ojos. Intento sacar la traba sin suerte. Es tarde.